jueves, 20 de octubre de 2011

Borrador x_2_Erementar


Un mundo dominado por la magia, en el que los pensamientos y las ideas se vuelven el arma más poderosa que pueda existir para cualquiera. Divido en cinco grandes reinos, en los cuales cada gobernante tiene control total de un elemento.
En el que es presidido por el agua, un hombre sentado en una roca a la orilla de una laguna observa las ondas que se forman en la superficie de aquel líquido, vital para cualquiera de ellos.
Cubierto bajo un manto, observa el cielo nocturno, que en algún momento es atravesado por un águila que cruza el firmamento volando en círculos, anunciando el preludio de una batalla esperada, pero nada deseada. Bajo aquella tela, su rostro impasible se prepara para lo que viene. Aquella ave es su mensajera y ahora que vuelve a él, tiene la certeza de lo que sucederá en los próximos tiempos.
Su mirada se entristece al ver el mensaje que llega a sus manos, lo único que él deseaba era que los habitantes que confiaban plenamente en él siguieran viviendo en paz y armonía. Ahora, por mucho que quisiera, lo único que podía hacer era luchar y proteger ese lugar con todas sus fuerzas. No sabía con certeza lo que había iniciado aquella situación, el hecho estaba en que era inevitable a estas alturas. Los demás ya habían caído en conflictos, los problemas se iban sucediendo uno tras otro, un efecto en cadena que iba empeorando poco a poco.
Aquel sitio en específico era su refugio desde que había sido un niño. En los momentos en los que su mente no podía soportar y sentía que sucumbiría, huía y aquel mismo árbol que ahora se alzaba majestuoso tras él le cobijaba bajo su sombra. Ahora sus ramas habían crecido tan alto, ya no podría simplemente trepar hasta lo más alto.
Sus manos tocaron el agua, y la gravedad pareció dejar de afectarla. Se alzó formando un pilar cristalino. La prenda que hasta ahora le había cubierto voló siendo afectada por una ráfaga de aire, dejando al descubierto su rostro, inconfundible para cualquiera que le viera. Sus cabellos  oscuros se mecieron con el viento, sus ojos se cerraron lentamente y su mente se sumergió en los recuerdos.
El castillo imponente que se alzaba a lo lejos siempre había sido su hogar, con sus altas puertas que antes le parecían aún más inmensas. Los pasillos en los que un desconocido podría perderse, pero en el que sus pasos habían resonado en las noches de tormenta muchos años antes, cuando buscaba refugio cerca de sus padres al sentir miedo.
En aquellas estancias había aprendido todo lo que se había considerado importante. Era el único hijo en aquella familia y habían visto en él lo suficiente para gobernar sin problemas. Poco a poco se había dado a conocer una vez que tuvo edad suficiente. Los súbditos le querían por la nobleza y la preocupación que demostraba sinceramente hacia ellos. 
Sus párpados temblaron, al abrirlos, en su mirada profunda centelleó la decisión que había nacido en su interior. Iba a luchar, porque era necesario, como nunca lo había hecho. Lo que se avecinaba no era bueno, pero sabía que si no tomaba una decisión no podría defender lo que amaba…
Vio un tenue reflejo en las aguas que sus manos controlaban, su rostro, con aquellas marcas, símbolo de su raza. Era un tatuaje que solo ellos llevaban y ahora era él el único que lo ostentaba. Apenas y recordaba el momento en el que lo habían grabado para siempre en su piel pálida. Dejó que el agua cayera, escurriendo entre sus dedos. Sonrío débilmente ante la sensación que le producía… algo que normalmente le tranquilizaba… tanto como el sonido que producían las  gotas de lluvia al chocar contra el suelo o cualquier objeto con el que se cruzaran, como las olas al romperse en la costa o el sonido tranquilo de las aguas del río siguiendo su camino hacia el mar.
En su brazo derecho resplandecía una gema, símbolo del poder que su cuerpo guardaba. La túnica que le cubría, ceñida con un cinto de color azul marino adornada con reflejos de plata era algo que solo se veía generalmente en el castillo. Los uniformes de los altos rangos, sin importar el área, poseían esos colores en su mayoría.
Se giró, dispuesto a regresar y dar las órdenes que se esperaban de su parte. Un último vistazo a ese lugar de ensueño, que le había proporcionado sosiego cuando lo necesitaba hasta ese momento. Justo ahora, todos sus soldados probablemente ya habrían sido reunidos. La sensación de que no volvería a aquel lugar le inundó. No volvió la vista a atrás, frente a él estaba el reino que había jurado proteger. Era tiempo de demostrar que su juramento no había sido una mentira superficial. Estaba dispuesto a hacer todo lo que estuviese en sus manos para evitar que la guerra se extendiese por demasiado tiempo.

Borrador x_1


El viento helado del invierno enfrió tanto sus manos que ya no podía sentirlas. No estaba acostumbrado a tan extremoso clima. Si estaba en aquel lugar tan alejado del que ahora era su hogar era porque quería saber la verdad.
Esta ciudad de inhóspito clima era el que lo había visto nacer según le había dicho la bonita muchacha que le había atendido en aquellas grandes y cristalinas oficinas en las que había pedido información pues le había llegado una notificación de la muerte de un familiar suyo, el cual le había dejado parte de su herencia. Cuando vio el nombre no le resultó ni mínimamente familiar, pensó que sería un error, pero apenas un par de días después una mujer le había hablado confirmando los hechos y diciendo algo acerca de una hermana.
¡El no tenía hermanas! O en su defecto  había creído eso por veinte años. Sus padres habían muerto hacía poco, así que por ese lado no podía averiguar nada. Después de preguntar aquí y allá le habían dado esa dirección en esta gélida localidad. Observó el papel preguntándose con qué se encontraría al llegar. Todo le parecía un tanto difícil de creer, pero en esta vida todo era posible, pensó mientras dejaba escapar un suspiro.
Se detuvo en un cruce de caminos tratando ubicarse aunque todo le era completamente desconocido. Estuvo allí un par de minutos bajo la luz de una lámpara que le recordaba a las que había en el parque de su ciudad. La noche le había alcanzado un par de horas antes sin que pudiese evitarlo, sus cabellos castaños apenas y asomaban por la capucha de la chamarra. Acercó las manos a sus labios y sopló intentando calentarlas.  De pronto vio a un gato llegar hasta donde estaba, le maulló débilmente y él lo levantó en brazos acariciándole. Tal vez con su espeso pelaje pudiese aminorar el frío que estaba congelándole hasta los huesos.
Los felinos eran increíbles, pensó, pues tenían aquel sistema de nivelación de temperatura tan eficaz que les permitía soportar estar en lugares como ese o en calurosos territorios. Algunos años antes había tenido uno de mascota, regalo de un amigo suyo, negro y con ojos azules de un color intenso. Era bastante curioso y al no tener mucha compañía normalmente había terminado por encariñarse rápidamente. El minino solía seguirle mientras estaba dando vueltas por la casa, pero cuando le veía trabajar en la computadora, parecía no agradarle la idea de que no le prestara mucha atención y se echaba sobre el teclado o el mouse impidiéndole hacer las mezclas de música para la banda a la que pertenecía. Él tocaba la guitarra y el teclado, producto de la insistencia de sus padres de  tenerle ocupado todo el tiempo cuando era un niño.
Después, cuando hizo aquellas amistades y terminaron formando el grupo tuvo que agradecerlo. Ahora que lo pensaba, pronto tendrían una presentación en uno de los sitios más concurridos del suburbio en donde vivía, sin embargo se había tomado esos días antes de los ensayos generales debido a la situación que se le había presentado.
Suspiró nuevamente antes de agacharse para dejar al felino, que se marchó regresando sobre sus pasos, lo hizo casi de mala gana porque no quería soltarlo aún. Aquella nota le decía que su destino no estaba muy lejos del área donde estaba parado ahora.
Quería llegar y pedir una humeante taza de chocolate caliente a quien le abriese la puerta, aunque no sabía si se atrevería a hacerlo. Caminó deteniéndose frente a una cerca de madera, la construcción era del mismo material y era relativamente pequeña, pudo vislumbrar por las ventanas, a través de las cortinas semitransparentes las luces que en el interior estaban encendidas. Avanzó hasta quedar frente a la puerta y antes de tocar vio con sumo cuidado los números dorados que tenía enfrente, asegurándose de estar en el lugar correcto. Después de un breve momento dejó que sus nudillos golpearán sin mucha fuerza la madera labrada.